miércoles, 6 de julio de 2016

A las almas del Purgatorio no les gustan los ministros extraordinarios de la Comunión

Entrevista a María Simma 



—¿Le han comentado las almas del purgatorio algo que no les gusta de las misas y que las entristece?

—Sí. El así llamado signo de la paz y agarrarse de las manos durante el padrenuestro son dos ejemplos. Tienen lugar justo después de la consagración, precisamente cuando deberíamos estar concentrándonos solamente en el Señor. Es entonces cuando Jesús se encuentra más cerca de nosotros, y es entonces cuando todos nos dispersamos, buscando a quien saludar, en lugar de quedarnos en oración profunda con Él, sin interrupciones, sin distraernos con alguien a quien casi no conocemos. Es como traer los rituales sociales dentro de la Iglesia, en lugar de acercar a Jesús más profundamente a los fieles. Digo "alguien a quien casi no conocemos" para que no bajemos la guardia. Son precisamente los lugares más sagrados donde más se infiltran los seguidores de Satanás. 
Y el contacto físico fortalece enormemente las maldiciones que desparraman. ¡Qué felices se sienten cuando toman de las manos o incluso abrazan a los fieles justo cuando se han distraído de la presencia de Jesús! El peligro acecha, generalmente, detrás de una falsa familiaridad o una unidad forzada. Esta forma de proceder, combinada con la falta de confesión, hace que las misas de hoy en día sean una caza fructífera para quienes han elegido atormentar a los seguidores de Cristo. Debemos rezar el padrenuestro solamente con quien nos dio la mayor todas los oraciones; e ir a saludar y a dar la mano fuera, más tarde, cuando tengamos tiempo y podamos elegir con quién hacerlo. Ser una verdadera persona de oración y prudente no implica no ser sociable o tener prejuicios.

Y también está el aplauso, por supuesto, que es lo peor de todo. Las parroquias son para rezar. Jesús se encuentra en el tabernáculo, ¡¿y nos tomamos tiempo para aplaudir simplemente a otro hombre por haber dicho algo o haber hecho algo que es simpático, correcto o con fuerza?! ¡No! Al aplaudir ponemos en peligro al sacerdote, o a quien dijo esa frase simpática, y elevamos su ego en lugar de ayudarlo en su humilde misión de acercarnos a Jesús. Esto está mal. Está en contra de la devoción que debemos enseñar o todos y en especial a los jóvenes en la actualidad. Todos los jóvenes se cogen de las manos y aplauden en la escuela, y debemos mostrarles que las parroquias
son solamente para encontrarnos con Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, Jesús y María. Para nada más.

—¿Fueron las propias almas quienes dijeron que el signo de la paz y agarrarse las manos les eran algo problemático?

—Sí, así es.

—¿Han dicho algo de los ministros extraordinarios de la Eucaristía?

—Sí. En condiciones normales, solamente las manos consagradas de los sacerdotes pueden distribuir la Comunión. La ley de la Iglesia dice que debe hacerse así salvo que haya "circunstancias extraordinarias", como que el sacerdote estuviera enfermo en cama . "Extraordinarias" no se refiere a que los fieles deban esperar dos minutos en lugar de diez para recibir la Comunión. Siempre debemos prepararnos en oración para recibir a Jesús, y las personas que insisten en hacer todo lo más rápido posible no saben el privilegio enorme y la fuente de gracias y de protección que obtenemos al recibir a Jesús.

Si alguien necesita pruebas de que a Dios no le gusta el modo atolondrado en que hoy en día se hacen uso de los ministros extraordinarios de la Eucaristía, puedo contar la siguiente historia sobre algo que ocurrió muy cerca de aquí hace poco tiempo.

No hace mucho falleció una mujer que solía repartir la Comunión y que había inducido a muchas otras mujeres a que obraran igual. Yo no la conocía muy bien, pero había oído hablar mucho de ella. Antes del funeral, el ataúd estaba abierto para que la familia y los amigos pudieran despedirse. En el momento previsto, se cerró el ataúd. Pero antes de que hubiera transcurrido una hora, un pariente cercano llegó tarde y le pidió al sacerdote que por favor lo abriera brevemente para poder despedirse de la difunta al igual que el resto. El sacerdote accedió y, con una o dos personas presentes, levantó la tapa y miró dentro. Fueron testigos de algo que no era lo que habían visto un rato antes. Las manos de la mujer se habían vuelto de color negro. Este signo, para mí, como para el resto, fue una confirmación de Dios de que las manos no consagradas no pueden distribuir a Jesús durante la Comunión.

Por otro lado, el llamado "altar del pueblo " también es algo que deleita a Satanás. Jesús presente en el tabernáculo debería estar siempre en el centro de la Iglesia. Al dar la vuelta al altar sucedieron varias cosas. Para empezar, la concentración de los fieles en Jesús se disipó por tener ahora la cara del sacerdote entre medias, y la cara, como todo el mundo sabe, es el punto de comunicación más fuerte entre las personas. Solamente durante la homilía deberían concentrarse los fieles en el párroco, en su palabra y en su rostro. Al dar la vuelta al altar se dejó a Jesús en un lugar secundario, lo que dio como resultado el que se lo dejara en un costado y luego, por último, como sucede hoy en día en muchas iglesias, totalmente separado, en un ala distinta o hasta en una habitación totalmente separada. Precisamente esto es lo que Satanás tenía en mente desde el principio, ¡deshacerse de Jesús!

—¿Hay otros casos de revelaciones privadas en los que también se han expresado quejas sobre estos asuntos, similares a lo que las almas le han dicho?

—Así es. Una aparición mariana que me comentó alguien de confianza confirma ciertamente lo que las almas dicen. Esta aparición tuvo lugar durante el transcurso de una misa, algunos minutos después de la consagración. Nuestra Madre se le apareció a la vidente que se encontraba allí como lo hace habitualmente. Sin embargo, en esta oportunidad no rezó ni habló con la vidente y desapareció segundos después de bendecir al pequeño grupo. Cuando las demás personas presentes le preguntaron por qué había ocurrido todo tan rápido, su respuesta (con un movimiento de la mano) fue: "Porque Jesús estaba parado allí". Entonces, si Nuestra Madre no cree que sea apropiado
comunicarse con alguien mientras Nuestro Señor está presente en cuerpo y sangre, ¡¿cómo se atreve alguien a interrumpir nuestra comunicación con Él?!
Y recientemente se ha publicado que distribuir la comunión en la mano era la cuarta advertencia dada a la religiosa que vio a Nuestra Madre en Akita, Japón. Escuchar esto me puso muy contenta.

—¿En su opinión, cada cuánto deberíamos asistir a misa?

—Todos los días. ¿Se sorprende?; no se sorprenda. Para acercarnos más a Dios debemos, primero, buscar tiempo para él con un poco de disciplina. ¿No nos regaló Él la vida y el tiempo? Entonces, ¿tanto nos cuesta devolverle una parte de cada día a cambio? Sé que la sociedad actual nos tiene a todos programados para correr de un lado a otro con innumerables excusas para negar lo que necesita el tercio de nuestro ser que consiste en lo espiritual. El hombre necesita alimento tanto para su cuerpo como para su mente y para su vida espiritual. Si se ignora alguna de estas tres dimensiones, nunca podremos alcanzar el equilibrio y la plenitud, y por lo tanto, permanecemos incompletos. Dios nunca quiere que alguien se retrase. Le aseguro, de corazón, que una vez que le damos este tiempo a Jesús, nos sorprenderemos pronto de poder haber vivido antes de otra forma. Dios nos trae tanta paz, tanta fuerza y felicidad. Jesús no es una más de las ayudas psicológicas, es Dios, y, por lo tanto, nuestro verdadero y único mejor amigo.

El mencionar la misa diaria me recuerda a una señora del purgatorio que se me apareció. Cuando le hice la pregunta acostumbrada, respondió: "Vaya y dígale a mis hijos que seré liberada cuando ellos ofrezcan setenta y cinco misas de diario por mí. Me encuentro en el purgatorio porque no les enseñé el valor de la misa de diario". Entonces me comuniqué con esta familia y les dije lo que su madre me había dicho. No era una familia pobre, y uno de los hijos comentó: ''Bien, pediremos que se celebren setenta y cinco misas, y ya está". "No", les dije firmemente, "eso no sirve, porque la razón por la que todavía está en el purgatorio es por no haberos enseñado el valor de asistir a misa los días laborables. Debéis asistir juntos a setenta y cinco misas y llevar a vuestra madre en el corazón como única intención. Eso es lo que quiere de vosotros". Después de vaguear un poco, aceptaron. Verá, Dios tenía un plan aún más grande para ellos. Desde que les di esta noticia puedo decir, con seguridad, que han continuado asistiendo a misa casi diariamente; y de esta forma, lo que recibieron fue diez veces más que simplemente saber que su madre se encontraba en el Cielo. Quizás hasta ahorraron dinero (risas).

—¿Qué ocurre o cómo nos debilitamos cuando no hacemos caso de nuestra faceta espiritual?
—Si esa faceta tan importante permanece inactiva, buscaremos inconscientemente un sustituto, un sostén donde apoyarnos para compensar esa ausencia. Así, muchas veces se cae fácilmente en las drogas, en el alcohol, en el sexo, en una total dependencia por conseguir dinero, poder o estatus social o en huir a alguna secta que prometa paz y plenitud, donde no se avisa de que quienes lideran la secta están en comunión con espíritus malignos.

—María, ¿y la Misa es lo que mejor llena esta necesidad, más que cualquier otra cosa?
—¡Sin duda! La misa es la forma más poderosa que tenemos de alcanzar a Dios; es la oración más poderosa que nos ha dado Dios. Su amor por nosotros, todo su sacrificio por nosotros, se hace vivo a través de la misa, en formas que no podemos imaginar.

—¿Qué es entonces lo más acertado que podemos hacer por las almas difuntas cuando se trata de ofrecer una misa por ellas?

—Lo más rápido (y lo más cómodo y menos cariñoso) es contentarnos con un pequeño ofrecimiento y que el sacerdote lo anote en su libro de intenciones. Es mucho mejor (y hay pruebas que evidencian que se dan más purificaciones y liberaciones cuando un familiar o un amigo cercano acude como penitente) asistir a la misa por el difunto. Lo mejor para ayudar a las almas es pedir que se anote el nombre del difunto en el libro de intenciones y que alguien esté presente para que interceda por él. Esta es la forma más completa, la más precisa, la más pura y la más afectuosa de todas. 

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