jueves, 10 de septiembre de 2015

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La castidad Matrimonial P. Juan Rivas


En estos días en la liturgia diaria se está leyendo el libro de Tobías. Este libro presenta el Matrimonio como algo sagrado y nos revela como vencer a Asmodeo, el demonio que  se especializa en hacer infelices a las parejas, con la oración y la bendición del tálamo nupcial. Es lógico, que al demonio le moleste que nuestro padres se amen. La manera más facil de destruir a una persona es lograr que crezca sin amor y cariño de sus padres o donde los padres se odian, se pelean, se insultan. El libro de Tobías nos enseña que, para vencer a este demonio, la relacion sexual tiene que ser santa, casta, es decir un acto abierto a la vida y de mutua, total e incondicional entrega de los dos en el Señor. 
Dado que el matrimonio cristiano, es un sacramento, no se va a la cama sin antes rezar. La vida sexual matrimonial requiere que ambos vivan la castidad matrimonial. Ya sea en lo personal no viendo pornografía, no masturbación, no onanismo que consite en usar a la otra persona como mi sex toy. Aunque él sea mi marido y aunque ella sea mi mujer, nadie puede usar a una persona como objeto de placer, eso es mentir, es convertir un acto de entrega sagrado, en acto de poder y dominio, de uso y abuso del otro, para mi propia satisfacción egoista. El Magisterio de la Iglesia enseña que relación sexual en el matrimonio tiene un sentido puesto por Dios y un significiado unitivo y procreativo que no es lícito a nadie separar. Por eso la Biblia nos advierte del castigo que Dios dió a Onán por hacer eso con su mujer Tamar. (Gen 38,7 y ss.)  Pero lo extraño de esto es que ya ni los sacerdotes entienden lo que es la castidad matrimonial, ni menos la enseñan, incluso se atreven a promover y a negar que sea pecado romper las leyes puestas por Dios.

3.Otro Sacerdote 'SIN PELOS' en la lengua!3de5(Catolicos)

AVISO AL MUNDO, FIN DE LOS TIEMPOS,UN CAFE CON GALAT, 01 PARTE,SORACA.

La batalla final

Sobre los casados vueltos a casar. P. Juan Rivas

cerlo hay que reconocer que el adulterio es pecado grave y es necesario dejar la vida de pecado y convertirse. Por eso lo primero que tiene que hacer los obispos en el sínodo es confirmar la doctrina de que el adulterio es un pecado grave y que los que los cometen ellos mismos se separan de la comunión (CIC 2384). No necesitamos su ayuda para disminuir nuestra culpabilidad, para excusarnos, nosotros mismos tenemos muchos argumentos. Si no se hace luz sobre el pecado, no se puede encontrar el camino correcto para esa vía penitencial marcada por el arrepentimiento que debe conducir al cambio y a la vida de gracia. Es verdad que no debemos discriminar a los divorciados vueltos a casar, pero tampoco son una clase privilegiada que cuenta con un camino diverso, de la sincera conversión, para reconciliarse con la Iglesia y acceder a la comunión. Las puertas de la misericordia siempre están abiertas a los pecadores y esta es la del confesionario y la de la absolución de sus pecados para ellos y para nosotros.
Pero, objetan algunos, si Moisés hizo excepción en algunos casos ¿No podría la Iglesia actuar de la misma manera?
Es curioso que los mismo teólogos que desprecian a Moisés y lo acusan de no haber recibido los mandamientos de Dios y de no haber escrito la Torá ahora acudan a él como su aliado, olvidando que este problema ya lo resolvió Jesucristo. Cristo restablece la ley establecida por Dios desde el principio y no la puede cambiar ningún hombre y sí Moisés toleró el divorcio por la dureza de los corazones, ahora llegada la gracia en Jesucristo, todo cristiano tiene el poder y el deber de cumplir la ley puesta por el Creador desde el principio, como lo señaló cientos de veces JPII.
Quedando esto claro. El Papa Ratzinger consideraba que aunque sabemos que el matrimonio rato y consumado es indisoluble en realidad muchos bautizado tienen una mentalidad pagana y viven como paganos. Muchos se acercan al sacramento del matrimonio no como cristianos, sino como paganos que no tienen ni la intención de hacer un compromiso permanente ni definitivo y que ni antes ni después de la boda viven en gracia. Su primera y última misa es en la boda y algún entierro. Nunca oran y no conocen su fe, no tienen ni idea de lo que es un matrimonio estable y los sacerdotes les damos el sacramento sin ninguna preparación que los rescate del paganismo existencial. ¿Es esto un sacramento o una parodia para quedar bien en sociedad? Esto es lo que ya el Papa Ratzinger decía que habría que estudiar.
Dice él: Sigue siendo válidas las palabras del Señor sobre la indisolubilidad del matrimonio, pero se debe investigar con más detalle la cuestión de la validez de los matrimonios. Hasta ahora el derecho canónico presumía que alguien que contrae matrimonio sabe lo que éste es. Presupuesto este saber, el matrimonio es válido e indisoluble. Pero en la actual maraña de opiniones, lo que se “sabe” es más bien es que es normal romper el matrimonio. (Luz del mundo p 153). El divorcio no sólo es un pecado, sino es también un escándalo para los hijos que ya no saben lo que es un compromiso definitivo y sagrado. Esto aminora la culpa, pero está trayendo consecuencias desastrosas para la sociedad. La solución es que antes de casarse, pasen por tres años de formación cristiana y no casemos a nadie que no se compromete a vivir su vida de gracia, rezar el rosario, comulgar diario y estar abiertos a la vida sin restricciones. Pero ¿quién le entra, si son muchos los que se casan para calmar sus urgencias sexuales que nunca han sabido ni querido dominar? Muchos lo que buscan más que matrimonio, es un partner que me de servicios sexuales gratis y además me mantenga. Esto es el mundo al revés. No es siempre así pero, en algunos casos, ya no sabemos los sacerdotes si estamos casando personas o estamos legalizando la prostitución sagrada. Para que haya matrimonios cristianos, necesitamos cristianos enteros, hombres enteros y mujeres enteras. Y de esto cada vez menos... hasta que venga Cristo a arreglar el problema.

P. Juan Rivas - Lo que está por venir